Ya iniciada la cuarentena del COVID-19 en el Perú, el primer día que escuchamos los aplausos y gritos de vivas a las 8 de la noche, mis hijos, de nueve años, se sorprendieron. Les explicamos que eran los vecinos y miles de miles de peruanos más en todo el país, que nos estábamos uniendo para agradecer a todas las personas que no podían quedarse en casa con sus familias porque nos estaban protegiendo de la pandemia, como es el caso del personal médico, los policías, los empleados de limpieza pública y las personas que trabajan en las tiendas de abarrotes y farmacias. Les contamos también que muchas personas en muchos países del mundo están haciendo lo mismo. Uno de mis hijos se quedó pensando preguntó: “¿y las personas no nos podríamos unir así también para luchar contra el cambio climático y la deforestación?” 


Los expertos coinciden en que el origen de esta pandemia está ligado a la deforestación y al tráfico ilegal de especies silvestres, que generan que ciertas especies y sus virus se encuentren con otras especies y virus con los que nunca debieron cruzarse. El tema es bastante más complejo pero, para simplificar, la hipótesis más sólida sobre el COVID-19 está vinculada a la destrucción de hábitats por parte de los humanos y a la manipulación irresponsable de vida silvestre en mercados con bajos niveles de higiene que mezclan en el tráfico ilegal distintas especies de animales salvajes que se compran y venden como mascotas o como alimentos.

Si uno le pregunta a un indígena de la Amazonía peruana qué es el bosque en su vida, tratará de explicar en nuestros términos occidentales que el bosque es su casa, porque ahí vive, es su ferretería, porque ahí consigue los materiales para construir su casa y sus herramientas, que es su supermercado, porque ahí consigue sus alimentos, que es su farmacia, porque ahí consigue sus medicinas, que es su hospital, porque ahí se cura. Pero los bosques no sólo proveen estos recursos para los indígenas que los vienen habitando y cuidando por generaciones. Entre muchas otras cosas, los bosques son las farmacias de la humanidad entera. Además de la gran cantidad de personas en el mundo que recurren a la medicina natural en sí misma, se calcula que alrededor del 90% de las enfermedades humanas conocidas por la ciencia se tratan con medicinas derivadas de la naturaleza.

Foto: Minagri

En el año 2002, el Centro por la Salud y el Ambiente Global de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard lideró un proyecto en el que participaron más de 60 científicos del mundo para producir un informe que ayudara a ciudadanos y a líderes del mundo a entender que “los seres humanos somos una parte integral de la naturaleza y que nuestra salud finalmente depende de la salud de sus especies y del funcionamiento natural de sus ecosistemas.”

En ese momento, hicieron una proyección de lo que veían venir a partir del modo de vida global. “Los biólogos calculan que, enfocándonos sólo en el impacto de la destrucción de hábitats por los seres humanos, al menos dos tercios de todas las especies del planeta podrían desaparecer hacia el final de este siglo, una proporción de especies perdidas equivalente al evento de la gran destrucción que, hace 65 millones de años, acabó con los dinosaurios. Ese evento fue muy probablemente el resultado de un asteroide gigante colisionando contra la Tierra; este evento lo estamos causando nosotros solos”, expresa con cierta angustia el resumen ejecutivo interino del informe de la Universidad de Harvard, “Biodiversidad: Su importancia para la Salud Humana”. Pero luego concluye con un tono de esperanza: “Estamos (los científicos autores del estudio) todos convencidos de que, una vez que las personas entiendan cuánto de su salud y de sus vidas está en juego y, particularmente, de la salud y de la vida de sus hijos, harán todo lo que esté en sus manos para proteger el ambiente global”.

Han pasado casi 20 años y podemos concluir que lamentablemente estos científicos acertaron en cuanto al nivel de emergencia sanitaria global, pero no en cuanto a la reacción de los políticos y de gran parte de la ciudadanía por proteger el ambiente.

Desde la ciencia y desde diferentes sectores de la sociedad civil llevamos décadas tratando de transmitir un mensaje simple y directo: sin los bosques, los humanos no tenemos futuro en este planeta.

Nos hemos acostumbrado a escuchar que “los humanos estamos destruyendo el planeta”. Y sí, estamos destruyendo las características del planeta que necesitamos para sobrevivir como especie. Los niveles de basura y contaminación que generamos, combinados con el uso y desperdicio indiscriminado de los recursos y con la degradación y destrucción de los bosques, están generando cambios en el planeta, en el clima y en la disponibilidad de los recursos básicos que necesitamos para sobrevivir. Si no cambiamos el curso llegaremos a destruir esas cualidades del planeta, pero la naturaleza se reinventará y continuará sin nosotros. Las imágenes que todos hemos visto de las especies silvestre retomando las ciudades ante la ausencia de los humanos, nos ayudan a hacernos una imagen de esta idea. Las especies que no hayamos destruido en nuestro lento suicidio colectivo se adaptarán y surgirán nuevas especies. Habremos acabado con nuestra civilización, pero no con el planeta.

Independientemente de cuál sea nuestra preferencia política o nuestra opción religiosa, tenemos que admitir que nuestro estilo de vida global está amenazando gravemente la subsistencia de nuestra especie. No estamos hablando de impactos potenciales sobre nuestros tataranietos, estamos hablando de impactos que ya estamos viendo y que ya empiezan a ser irreversibles. Y en los países con un componente tan importante de bosques como el Perú, el cambio ineludiblemente demanda un fuerte componente forestal.

¿Por dónde empezar? ¿Quién tiene la mejor información y conocimiento para manejar y conservar los bosques en el Perú? Desde mi punto de vista la respuesta es evidente: los pueblos indígenas, que siglos atrás entendieron lo que hace 20 años trataban de explicar los científicos de Harvard: que la salud humana resulta inseparable de la salud de la naturaleza, de los ecosistemas y de sus especies. Sin embargo, en el Perú y en el mundo muchas veces los pueblos indígenas y sus comunidades son vistos como “obstáculos al desarrollo”, como “el perro del hortelano”, como “terroristas” que atacan y destruyen la inversión privada. Muchos pueblos y líderes indígenas se han convertido, sin buscarlo, en “defensores ambientales”, un término relativamente nuevo que se aplica a quienes luchan por proteger el medio ambiente para sus pueblos, pero también para beneficio del resto de la humanidad. El Perú es uno de los lugares más peligrosos del mundo para defensores ambientales por la cantidad de ataques y asesinatos que sufren cada año.

Si bien el efecto de la cuarentena por el COVID-19 a nivel global ha tenido un primer impacto positivo en favor de la calidad del aire y del desplazamiento de la vida silvestre, un impacto altamente negativo que no vemos desde las ciudades es la invasión de territorios indígenas para la tala y minería ilegales, y la amenaza y el asesinato de aquellos que se oponen a esta destrucción. Tan sólo en lo que va de la cuarentena por el COVID-19 (entre mediados de marzo e inicios de junio del 2020) dos líderes indígenas han sido asesinados por oponerse a la invasión y saqueo de su territorio por taladores ilegales. Sus familias, sus pueblos, y muchas comunidades más permanecen bajo la amenaza de estos y otros ilegales que actúan con impunidad, con la seguridad que les da saber que en todos estos años nadie ha sido condenado por el asesinato de ningún líder indígena defensor ambiental.

Foto: ANdina

Las investigaciones que he realizado con la Agencia de Investigación Ambiental (Environmental Investigation Agency, EIA) durante los últimos 12 años en el Perú sobre la producción y comercio de madera ilegal, nos llevan a estimar que entre el 60 y el 80% de la madera que se comercializa en el país tiene un origen ilegal. Es difícil estimar la dimensión de una actividad ilegal pero, en los casos en que hemos llegado a acceder a la información completa de embarques de exportación, hemos podido verificar el origen ilegal de hasta más del 98% de la carga. De hecho, el propio director de la autoridad forestal peruana estima que sólo el 20% del sector está dentro de la legalidad, mientras que un informe reciente de la Unidad de Inteligencia Financiera del Perú ha concluido que más de 60% de la producción del sector maderero en el país tiene origen ilegal.

Lo que es importante entender aquí es que el comercio de madera ilegal no significa solamente que alguien corta ilegalmente algunos pocos árboles de bosques inmensos y no pasa nada. La tala ilegal implica corrupción para falsificar documentación que “lave” la madera y la haga pasar como legal, implica violación de derechos humanos en los procesos de producción en condiciones de esclavitud, implica amenazas y asesinatos de miembros de comunidades indígenas, comunidades locales y autoridades que se oponen a este delito, y – ahora lo tenemos más claro – implica una amenaza en términos de salud pública. Para tener una idea de la dimensión internacional de este delito, cabe mencionar que se estima que el comercio de madera ilegal mueve globalmente entre 50 y 150 mil millones de dólares al año y se ha convertido en una de las modalidades más rentables del crimen organizado, sólo por debajo del tráfico de drogas.

Esto ha llevado a que varios países consumidores de madera hayan empezado a aprobar legislación que prohíbe la importación de madera obtenida ilegalmente, imponiendo decomisos, fuertes multas y pena de prisión efectiva para los responsables en el país de destino. Este tipo de legislación, conocida como “leyes del lado de la demanda” ha empezado ya a tener un efecto sobre las exportaciones de países con altos niveles de ilegalidad, como el Perú. La idea no es acabar con la industria de los países de alto riesgo, si no crear los incentivos suficientes para que la industria asuma un rol proactivo para verificar y garantizar el origen legal de los productos que adquiere y comercializa, y para exigir que el Estado ayude a diferenciar claramente al legal del ilegal. Más aun considerando que el Estado es el principal comprador de madera en el Perú, y que todo parece indicar que no viene haciendo un buen trabajo en asegurarse de estar comprando sólo madera legal.

Foto: Aidesep

Ahora que se empieza a promover la reactivación económica en el contexto del COVID-19, empieza una nueva gran amenaza sobre la Amazonía y sus pueblos indígenas. Además de la casi nula atención que los Pueblos Indígenas han recibido del Estado en esta pandemia, uno de los primeros sectores en ser reactivados es la extracción de madera de los bosques naturales de la Amazonía peruana. Como única medida para protegerse del COVID-19, las comunidades nativas han optado por aislarse, bloqueando las vías de acceso terrestres y fluviales entre ellas y los poblados cercanos. Aún así, han venido siendo invadidas por mineros y taladores ilegales, en medio de amenazas y encuentros violentos que han terminado en asesinatos. Ahora el Estado, antes de siquiera empezar a garantizar la entrega de medicamentos y alimentos a las comunidades, está obligándolas a que abran el acceso a quienes les pueden estar trayendo la muerte. El Estado ha anunciado que los concesionarios madereros deberán presentar planes y protocolos de protección como requisito para acceder al bosque pero, considerando que está demostrado que incluso las concesiones formales movilizan volúmenes mayoritariamente ilegales, los Pueblos Indígenas – y todos aquellos que están al tanto de la situación – tienen motivos más que suficientes para cuestionar este proceso. ¿Por qué creer que quienes no cumplen con extraer la madera siguiendo las leyes peruanas van a entrar al bosque respetando protocolos para evitar del contagio de la pandemia?

En paralelo, tenemos el fenómeno global de la destrucción de bosques naturales para reemplazarlos por cultivos agroindustriales o por pastos para la cría de ganado. Este fenómeno, muy extendido en el Perú, va acompañado por graves casos de corrupción y tráfico de tierras, violaciones de derechos humanos y derechos indígenas, conflictos sociales y, en el peor de los casos, asesinatos. Muchos de estos casos van de la mano con procesos de titulación – manejados desde los gobiernos nacionales o regionales, y financiados por organismos multilaterales o cooperación internacional – que priorizan a inversionistas privados o a migrantes recién instalados por sobre las comunidades indígenas que vienen luchando por décadas por la titulación de sus territorios ancestrales.

El Perú tiene que tomar una decisión importante y urgente sobre el uso de sus bosques: ¿se va a seguir permitiendo (y hasta promoviendo) el reemplazo de bosques naturales por plantaciones?, ¿va a seguir mirando para el otro lado en cuanto a extracción y comercio de madera y oro ilegal?, ¿va a seguir haciendo imposible la existencia de una producción legal de madera porque no se puede competir con el costo subvencionado de la producción ilegal?, ¿va a acabar con las exportaciones de madera peruana porque ya nadie querrá comprar madera con tan alto riesgo de ilegalidad? 

Deberíamos estar todos atentos porque la decisión que tome el Estado nos va a afectar a todos. Pero mientras esperamos que las autoridades hagan lo que tienen que hacer, no podemos quedarnos de manos cruzadas. ¿Te preocupa el tema? Habla con un amigo o amiga. O con dos, o con 10. Cuanto más, mejor. Infórmate, infórmalos. Habla con tus hijos, asegúrate de que entienden lo que está en riesgo. No se trata de asustarnos, si no de informarnos para actuar. Grandes o chicos, hay cosas que todos podemos hacer. Recicla el papel, recicla la basura. Recicla el plástico si no puedes dejar de usarlo. (Sí, es difícil en tiempos de pandemia.) Cuida el agua. Si aún no lo haces, cierra el caño mientras te jabonas las manos o mientras te cepillas los dientes y asegúrate de que tus hijos también lo hagan. En esta cuarentena vean documentales sobre el impacto de la deforestación, hay muchos en línea, en netflix, en youtube, en todos lados. Anima a tus hijos a que conversen con sus amigos, a que propongan el tema a sus profesores. Busca información sobre el papel que los pueblos indígenas han jugado durante siglos para la conservación de los bosques y garantizar los servicios ecosistémicos que todos disfrutamos, como el aire o el agua. Si está en tus manos, apoya a las organizaciones locales que vienen luchando por proteger el medio ambiente, que realizan campañas de limpieza de ríos o de playas (una vez que pase la emergencia de la pandemia).

En la historia de la humanidad, los cambios políticos más importantes han sido el resultado de la demanda de las poblaciones, no de la buena voluntad de los políticos de turno. Lamentarnos de que los políticos son corruptos o ignorantes o incapaces no nos va a llevar a nada. Tenemos que empezar a cambiar y a la vez demandar un cambio político, y no parar hasta que eso ocurra. Que esta pandemia no nos golpee por gusto. Hagamos que éste sea un punto de quiebre: que sea una oportunidad para cambiar. Empiezo a cambiar yo, empieza a cambiar tú, y empecemos a exigir que los demás hagan lo propio. No todos van a hacerlo pero, si lo hago yo y lo haces tú, y cada uno de nosotros invita a dos más, ya empezamos a hacer una diferencia. Quien no hace nada, que luego no se queje. Estamos más que avisados.